Dejé la nota en la mesa y cogí el teléfono con miedo a lo que pudiera encontrar en la otra línea. Era mi madre que, muy disgustada a la vez que enfadada, me pedía una explicación por lo sucedido. Ovbiamente discutimos, ella me dijo que aunque acabaran de darme una noticia tan terrible como era la muerte de Mark no tenía derecho a comportarme así, y yo le dije que me dejara en paz, que era mayorcita. Cuando nuestra pequeña pelea acabó yo ya estaba llorardo y alcolgar desconecté el teléfono para que nadie más me molestara. Con todo aquello me olvidé de la nota y se quedó allí, encima de la mesa, mientras yo me duchaba y me ponía un pijama, aunque fueran las doce del mediodía. No tenía hambre, todo aquello me había quitado el apetito, así que me senté en el sofá y encendí el televisor. Lo miro, pero no lo veo, pensaba en otras cosas, en demasiadas a la vez. Al rato me quedé dormida y cuando me desperté miré el reloj que reposaba apoyado el una de las paredes de mi salón y vi que eran las cinco de la tarde. Aún seguía cansada pero me levanté para ir a baño y me detuvé al ver el sobre amarillo con mi nombre que descansaba encima de la misma mesa con el mismo jarrón lleno de las mismas flores, un ramo preparado por alguien. Abrí el sobre y dentro encontré una nota escrita por Michael. En ella decía que había sido él quién se había ocupado de cuidar las plantas y de alimentar a Sidor. Que me visitaría para ver cómo estaba y que lo sentía mucho.
No quería que me visitara, ni que lol sintiera. Con rabia tiré la nota y entré en el baño. Cuando salí de este volví al salón y me sienté de nuevo en el sillón, apagué la televisión y miré directamente a la pared color vainilla para echarme a llorar de una forma desconsolada.
A partir de ese día mi mundo se fue rompiendo más cada minuto que pasaba. Lloraba a todas horas, no salía de casa y apenas comía. Pasaba los días deambulando, como si fuera un zombie, con los ojos hechos un mar de lágrimas. La bata de invierno se había convertido en mi uniforme, incluso en verano, y la tristeza en mi teoría de la vida. Parecía un saco de huesos y mis ojeras decían lo poco que dormía. Intenté suicidarme muchas veces pero Michael siempre llegaba en el momento justo para detenerme, como si supiera cuándo lo iba a hacer. Yo le trataba con desprecio porque quería morir, sólo eso, porque ya no tenía una razón para vivir. Y a él le afectaba mucho mi estado, lloraba por mí y siempre intentaba ayudarme en todo. Sé que lo pasó muy mal por sus ojos, llorosos y cansados. La alegría que según Mark le caracterizaba había desaparecido, y todo por mi culpa. Pero no lo entendía, ¿por qué le afectaba tanto? Hacía poco que nos conociamos y se preocupaba más por mí que el orgulloso de mi padre, el cual no había querido saber nada de cómo estaba después de lo ocurrido en el hospital. Sin embargo, Michael y mi madre, ambos por separado, me visitaban amenudo y me preparaban comidas que yo tiraba a la basura en cuanto ellos salían por la puerta.
Así pasé dos largos años, hasta ya casi ni recordar por qué sufría tanto. Pensé, pensé mucho y caí en algunas conclusiones, como en la de que no podía estar lamentandome toda la vida. Estaba segura de que a Mark no le hubiera gustado verme así, que hubiera hecho todo lo posible porque estuviera bien, como lo había hecho Michael. Pero tan pronto como lo pensaba dejaba de cobrar sentido, no podía deja de sufrir por un trozo de mi vida.
Entonces mi mente se fue por las ramas y empecé a visualizar a Michael, y a darme cuenta de cosas que antes ni se me hubieran pasado por la cabeza. De cosas por las que me odiaría toda la vida, cosas muy familiares. Y no, no estaba enamorada de aquel ángel de la guarda.
Ya sé que el capítulo es corto... Lo siento, pero el próximo será más largo ;) Ya os dije que no podría escribir muy seguido y siento no haber subido sino uno en todo el puente.
Gracias a los que leen y comentan, de verdad. Muchos besos, Sheila.