domingo, 18 de septiembre de 2011

14. "¡Ni Sheila ni leches!"

Abrí los ojos y un fondo blanco apareció ante mí. Era el techo de la habitación del hospital en el que me habían ingresado.

-Cariño… -Oí decir a mi madre antes de desmoronarse y empezar a llorar.

Miré a los pies de la cama y vi a mis padres casi abrazados consolándose el uno al otro. Y más atrás, en el fondo, Michael dormía en un sofá.

-¿Papá? ¿Mamá?

-¡Hija mía! –Exclamó mi madre y se abalanzó para abrazarme.

Mi padre se acercó lentamente y me besó en la frente.

-Hace dos años que no sé nada de ti. ¿Por qué no me has llamado siquiera? –Oí que decía por encima de los sollozos de mi madre.

-Lo siento, estaba demasiado ocupada en recuperar mi vida. Podías haber llamado tú, ¿no? Pero supongo que mamá te habrá contado todo con lujo de detalles en qué se han basado estos dos últimos años en los que ni te has preocupado por mí, así que tanto como no saber nada de mí tampoco… -Le dije con rencor.

Vale, era mi padre. Y si, hacía dos años que no le veía. Pero me daba igual, él se había enfadado cuando decidí no acatar sus órdenes y tomar mi propia decisión, no había aprobado que me fuera con Michael, la persona a la que ahora amo, y su orgullo le impidió llamarme siquiera una vez para saber si mi depresión iba en aumento, si necesitaba que me trajera algo del supermercado o si me apetecía salir a tomar el aire. Él había renegado de mí ahora el rencor me hacía renegar de él.

-Sheila, cariño, podemos irnos. Quiero decir, la enfermera me ha dicho que sería conveniente que te quedaras un par de días más pero que si corre prisa podías irte ya. Nos vamos sin despertar a Michael y desaparecemos. Al fin y al cabo esto ha sido por su culpa…

¿Qué coño estaba diciendo?

-Papá, sal de esta habitación antes de que me hagas gritarte y despierte al ángel que descansa en el sofá. El que me ha sacado de la ladera y ha llamado a una ambulancia. –Esto último no lo sabía a ciencia cierta pero, ¿quién más podía haber sido?

-Pero Sheila…

-¡Ni Sheila ni leches! –Grité. – ¿Eres imbécil o qué te pasa? ¿Te crees que puedes olvidarte de mí cuando lo estoy pasando mal y un día aparecer por las buenas y decirme “yo te quiero mucho, ven conmigo”? Pues no, señor. Me pienso quedar aquí, vosotros os largaréis y cuando Michael se despierte pensaremos lo que vamos a hacer. Él y yo. ¿Y sabes por qué? Porque le quiero.

A estas alturas ya estaba sentada y con el corazón en la boca. Mi madre se había sentado en una silla y escuchaba en silencio. A papá le dio otro ataque de orgullo y salió por la puerta gritando:

-¡Pues si es lo que quieres allá tú!

-Sí, es lo que quiero. –Susurré.

-Muy bien, hija. Estoy orgullosa de ti. Nunca dejes que tu padre ni nadie te pise, porque eso te hace pequeña y tú eres muy grande. –Me besó en la mejilla y se levantó.

-Adiós, mamá. Te quiero. –Dije mientras se daba la vuelta.

-Yo también. –Oí que decía antes de cerrar la puerta. Y me quedé mirando en esa dirección, pensando en si me habría pasado con mi padre o si, por el contrario, se lo merecía.

-Tranquila, has estado genial. No te has pasado para nada. –Oí una voz a mi lado.

Miré a la derecha de la cama y vi a un Michael tan sonriente que parecía haberle tocado la lotería.

1 comentario:

  1. AAAAAWWWW genial todo!
    Que le peten a su padre --"

    Venga, que hable con Michael, y que le cuente las cosas de la infancia, y que vuelvan a estar tan bien como antes, y que se besen y que...

    Y ya me callo antes de decir alguna sobrada xD

    Me ha encantado, como siempre :3

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